Opinión
Hoy, más que nunca, la libertad de expresión en México está en juego. Esa que durante años nos ha permitido informar, criticar, denunciar y, sobre todo, darle voz a los ciudadanos. Esa que ha sido un contrapeso frente al poder. Esa que hoy, 24 de abril de 2025, corre el riesgo de ser borrada con una simple votación.
En comisiones del Senado se aprobó, casi en lo oscuro y sin discusión real, una reforma en materia de telecomunicaciones y radiodifusión. Fue enviada por la presidenta Claudia Sheinbaum la noche anterior, con más de 200 páginas que pocos leyeron, pero que muchos firmaron. Y lo que se esconde en esas páginas es peligroso: el fin de la independencia en los medios.
Con esta ley, si al gobierno no le gusta lo que se dice en la radio o en la televisión, podrá simplemente quitar la concesión. Así de fácil. No se trata de mejorar los contenidos, se trata de censurarlos. ¿No les conviene lo que se transmite? Apagan la señal. ¿No les gusta lo que opinas? Te desconectan.
Y no solo van por la radio y la TV. También quieren meter la mano en redes sociales y medios digitales. Sí, en ese último espacio libre donde millones encuentran información alternativa, crítica y no oficialista. Las benditas redes —como las llamó alguna vez el propio presidente López Obrador— ahora son vistas como enemigas.
Lo han dicho claramente: esta es una ley mordaza. Una ley para callar. Y muchos ya la comparan con prácticas autoritarias que creíamos superadas. Ni Chávez, ni Maduro, ni Ortega llegaron tan lejos, dicen algunos legisladores. Tal vez exageran. Tal vez no.
La pregunta es sencilla pero urgente: ¿qué país queremos ser? ¿Uno donde solo se escuche lo que al poder le conviene? ¿O uno donde las voces ciudadanas puedan seguir haciendo eco?
Hoy intentan silenciar los micrófonos, apagar las cámaras, cerrar las plataformas. Mañana, si no lo impedimos, podrían silenciar a todos. La libertad de expresión no se entrega. Se defiende.